En el departamento de San Martín, entre la Cordillera de los Andes y las Sierras del Pie de Palo, comenzó a construirse en 1901 el establecimiento de bodega que hoy atesora en sus anchas paredes
de adobe una historia rica en anécdotas y sucesos. Ser uno de los pocos edificios que resistieron los tres terremotos ocurridos desde 1944 la convierte prácticamente en un patrimonio provincial.
En sus inicios, allá por 1901, cuando la zona empezaba a colonizarse, la bodega fue construida en una pequeña superficie, utilizando los materiales tradicionales de San Juan: adobes de tierra y techos de caña y barro.
Sus sótanos están constituidos por pequeñas vasijas de ladrillos sobre cuyos pórticos se erigen otros más.
Un motor Otto Deutz accionaba las poleas de madera de la moledora, que recibía las “canecas” de uvas en la época de la vendimia.
Un refrigerante de estructura de cañas de la zona, permitía enfriar el agua que caía deslizándose entre ellas desde 12 metros de altura, intercambiando su frescura con el calor de los mostos calientes por la fermentación, consiguiendo con esto un adecuado control de las temperaturas de los mismos.
El más alto de los molinos para extracción de agua de la zona, quizás el primero que se instaló, un Agar Cross, todavía hoy sigue moviendo sus aspas accionadas por el viento y saca a borbotones, como antes, el agua del subsuelo para surtir los grifos, y junto a una bomba a pistón Marmonier importada de Francia, eran algunos de los simples elementos que constituían el elemental equipamiento con que se trabajaba en la bodega.
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Actualmente ellos, vencidos por otros de nuevas tecnologías, descansan en algunos patios y solares como testimonio del trabajo artesanal de aquellos tiempos.
Con el curso de los años, las vasijas originales de ladrillos, que continúan en uso, fueron complementadas con otras, ampliando con ellas el primitivo galpón en dos naves más, de superficies considerablemente mayores.
Sobre sus altas paredes de adobe los techos de chapa se asientan en estructuras de madera de pinotea francesa, que fueron traídas a San Juan por ferrocarril desde el puerto de Buenos Aires, a 1.200 km. Según los relatos de Don Augusto, debieron utilizarse para transportarlos desde la estación de ferrocarril más cercana, carros tirados por mulas que tuvieron que andar en lenta travesía varios kilómetros por los médanos de arena de aquellos desolados parajes.
Esta antigua bodega de propiedad de la familia, que fue transmitiéndose por sucesión entre varias generaciones, fue la base elegida para el desarrollo de la nueva empresa que inician Mario Pulenta junto a sus hijos, transformando el primitivo galpón de bodega de 40.000 litros de capacidad a 2.000.000 litros, y siendo equipado con modernas instalaciones de frío, lagares de acero inoxidable, prensas neumáticas, tanques de acero inoxidable, sistemas automáticos de control de temperatura y otros equipos de vinificación, combinando industrias Italiana, Francesa, Norte Americana, y Argentina.
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